viernes, 1 de junio de 2012

Miguel Soño...


CAPÍTULO I
Corre el año 1237; la posada “Estella Maris” está a rebosar. El dueño se llama Benigno y su esposa y cocinera, Aldonza. Tienen un hijo inquieto y travieso de diez años, llamado Miguel. Su gran imaginación se ve aún más trastornada por los juglares que traen cantos y rimas de las noticias del reino. Le pusieron Miguel en homenaje al secretario y amigo del rey Alfonso VIII, Miguel, instaurador del fuero en 1210. 
Por entonces estaban ya en construcción la muralla, el castillo y sus torres, la iglesia, etc., todo lo necesario para convertir a una población de los llamados “omes bajos”, pescadores y campesinos en su mayoría, con otros oficios enlazados a las nuevas necesidades de casi una ciudad de 1.500 habitantes. Por entonces Santander tenía unas 2.000 almas. 
Le contó el abuelo a miguel, que cuando los romanos conquistaron el lugar, lo llamaron ”Evencia” y “Portus Verasueca”, después “Porto Apleca”, hasta llegar a su nombre actual “San Bicent de la Barcera”, como mostraba el sello del concejo que validaba los documentos oficiales. Miguel le ha visto en el manuscrito del pago de la deuda de su abuelo. 
Tomás, el amigo de Miguel, era hijo del maestro carpintero. De él, consiguieron que les hiciera dos arcos. Eran de cedro y brillaban al sol; su puntería les hizo merecedores de alguna liebre distraída en el bosque cercano. 
Tenían interés en subir con su amigo Tomás, a la torre fortificada, que sería convertida en campanario de la gran iglesia que ya construían; aquella mañana consiguieron que los guardianes y oteadores, les llevaran hasta el alto de la torre militar. Es posible que su altura, contando desde pleamar, fuera de casi 7 cuerdas, (1 cuerda, 6,89 m.). 
Desde allí podía ver tanta mar como para perderse en ella. Pensó que quizá, se caería el mar por el horizonte. Hacía aire arriba, al principio sus pies le hormigueaban y le dolían las piernas de subir por la mínima escalera que llevaba de una a otra altura. Miraban por las troneras a medida que ascendían. ¡Era increíble!, se sentía alto y fuerte viendo a los hombres y niños desde aquel alto. 
Las aves tenían aquellos hierros donde se sujetaban como aleros, los arcos y los yugos que sostenían las campanas, repletos de sus blanquecinas deyecciones y sus plumas, estaban por todos lados. Había también, otros excrementos y por el tamaño parecían de cabras. Sin embargo, eran de lechuzas; pernoctaban dentro del anteúltimo piso y cazaban roedores. Les dijo uno de los vigías, había sido cetrero, que expulsan por la boca los restos de huesos y pieles de los ratones. 
Los dos chicos pudieron ver los tejados de las viviendas y los barrios, la gente, los pueblos lejanos y los barcos enfilando a la bocana de entrada a la ría. 
Pidió que le dejaran tocar la campana para el aviso de arribada de los pesqueros, un tañido con toque diferente al de incendio, ataque o festividad. Tiró fuerte de la cuerda ayudado por el vigía; el martillo golpeó la parte externa de la campana rápidamente. Enseguida aparecieron los compradores a lomos de sus caballos. Observaban desde su rincón privilegiado, el devenir de carros, mujeres y niños para ayudar en el desembarco de pescados. Veían pasar por la calzada en su lento viajar a caminantes, carros cargados de troncos, piedras, paja o vino. Las dos rías tenían un azul reluciente mientras subía la marea y los carpinteros de rivera estaban retirándose pues, el agua les empujaba hacia arriba. 
Los amigos no deseaban bajar, pero, llegó el momento y dejaron atrás aquella sensación mezcla de vértigo y de curiosidad. 
Cruzó por la cabeza deMiguel el pensamiento de volver a subir aquella noche. Entró en un descuido por la tarde y se ocultó entre los juncos secos del vano de las escaleras. Cuando los vigilantes tomaron algunos para hacer fuego y pasar la noche al calor, lo pillaron. 
Su padre se enfadó mucho, no era la primera vez de sus tentativas aventureras. 
- ¡Mañana ayudarás en la cocina a fregar platos y a limpiar el pescado! 
El chaval frunció la nariz; le daba asco sacar las tripas de aquellos “bonitos” grandes y redondos. Los cortaban en pedazos anchos y los asaban con aceite de oliva en un cazo bajo. El mesonero conseguía el aceite en las partidas que traían para la exportación hacia La Bretaña; por último, añadían habas al bonito o unas hojas verdes -berzas-, que a él, no le gustaban nada y también, castañas cocidas y peladas. El postre solía ser, manzanas asadas con miel...
CONTINUARÁ... 

Textos, Ángeles Sánchez Gandarillas 
Ilustraciones, J. Ramón Lengomín 
Noviembre, 2010

CAPÍTULO II


5 comentarios:

  1. Que bueno seria que hubiese muchos "Migueles"
    en la vida... dispuestos a continuar el camino a pesar de las dificultades... llegar a lo alto-
    Desde allá todo se ve más bello, pero ya se sabe el que algo quiere... algo le cuesta.
    Hoy unu besucu....

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    1. Gracias por el besucu; y sí, hay muchos Migueles, yo conozco un montón que lo luchan y que les interesa, solamente hace falta que sigan adelante, que se den a conocer, que juntemos intereses y saldrá la nueva historia...
      Quzá estábamos esperando a poder expresarnos por estos nuevos medios de comunicación, hacen más sencillo encontrarse y compartir.
      A-brazo-partido. Lns

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  2. PARA "MISAURI"

    INCANSABLE...

    Estás, siempre estás...
    eres montaña nevada,
    eres un cielo y hasta el mar
    e incluso, tierra labrada...

    La ternura en el abrazo
    o la ayuda precisada,
    en la urgencia, desparpajo;
    y eres mujer afanada.

    Estás, de día y de noche
    en todos lados, mozuca,
    lo mismo bordas que coses,
    cantas o vistes “cosucas”
    de las nuestras tradiciones
    haciendo de “pejinuca”;
    te interesa nuestra historia
    y hasta a los tuyos educas.

    Me parece inexplicable,
    ¡asombra y es incansable!

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    1. Demasiado merito a persona sencilla y sin ambiciones
      Pero gracias de corazón
      me haces sentir más de lo que merezco

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  3. ¡Gracias por lo del dibujo Niña!

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