viernes, 8 de junio de 2012

Miguel Soño...


CAPÍTULO II
Desde el momento de la concesión en 1210 -fue este el último fuero de la costa cántabra perteneciente a Castilla- el padre del hoy dueño de la fonda, Eustaquio, previendo la llegada de todo tipo de personas, oficiales o maestros de diferentes oficios, mercaderes, marinos, soldados, además de estibadores, peones y picapedreros, decidió agrandarla y multiplicar su espacio por siete.
Consiguió el dinero gracias a un préstamo del Señor de Caviedes, que estaba en la categoría social de “omes ruanos”, a la sazón Regidor del Concejo. Contrató a Pablo, un cantero con oficio que acogió cuando enfermó, a la espera de sanar sus úlceras y escrófulas tuberculosas, según la sapiencia del médico árabe Averroes, traída por un curandero o médico que peregrinaba a Santiago. Le alimentó, compró el alcohol para la limpieza de las heridas y ungüentos varios que los médicos y sanitarios del hospital le proporcionaban en las visitas a domicilio.
Curado este maestro, firmaron contrato quedando en un determinado precio y tiempo. Comenzó el trabajo con un total de veinte ayudantes y varios aprendices, encargados estos de conseguir agua del pozo, pues estaba la posada cerca del hospital de La Misericordia. Ayudaban a lavar las ropas de los trabajadores, calentaban y traían sus comidas, limpiaban con agua y curaban las heridas con emplastes de plantas, de cortes causados por las piedras, cinceles o mazas, con emplastes de plantas. Se encargaban de cepillar y alimentar a todos los animales que se necesitaban para tirar de carromatos o para el levantamiento por medio de grúas con poleas y cuerdas, de piedras, maderas en los astilleros o grandes cargas de comestibles en los traslados.
Estos muchachos aprendían el oficio y, hasta entonces dependiendo, de su inteligencia o habilidad, daban en ser maestros u oficiales de otros o simples obreros experimentados. Sin querer, fueron parte y puntal de aquellos cientos de trabajadores que bajo las órdenes de maestros constructores o artesanos, construyeron todas aquellas fortificaciones, moradas, palacetes, barcos e iglesias, durante los más de 200 años que tardó todo aquello en ser realidad. Mucho auguró el abuelo de Miguel y acertó.
Los carreteros traían roble de los montes cercanos, talados y desramados, y piedras de las canteras cercanas de Hortigal, o Gándara, (Gandarilla), llegando hasta los carpinteros del amurallado recinto, donde por medio de sierras de arco, serruchos gigantescos, azuelas, escoplos o berbiquíes, daban la forma necesaria para cada una de las necesidades. Los tablones de maderas menos refinadas servían para hacer los andamiajes y topes de las piedras que habían de ser puestas en equilibrio sobre puertas u ojos de puentes, ventanas, ábsides o cruceros. Los residuos de este trabajo en las carpinterías se utilizaban para las hogueras, yares, lumbres para calentar brea o hierros que se doblegaban con el calor, ante las manos fuertes de los herreros o incluso, las artísticas de plateros u orfebres.
Las tejas de la posada llegaban de Cabuérniga a través de las calzadas de Los Moros y Los Tojos. A veces dejaban la carga en la rivera del río Escudo y se trasladaba en gabarras hasta la parte de los arrabales y huertas, donde se portaba primero a hombros y después en carros hasta las obras o talleres. Se ahorraron muchos días y dineros en el traslado, a pesar del naufragio de la primera gabarra. Volcó por la fuerza de la riada a causa de las lluvias, hasta el punto que no se pudo recuperar casi nada pues se extendieron, rompieron y enterraron entre barro, trozos arrancados de árboles y piedras que arrastró la fuerte avenida fluvial. Los trabajos hubieron de hacerse con prontitud, pues todos ellos serían contratados, según órdenes del rey, para la construcción de las nuevas infraestructuras.
Se mejoró con algunas novedades el diseño de esta posada, sobre todo en la despensa. Forraron el suelo con lascas de piedras en forma de loseta, tal como maese Pablo había visto de aprendiz en el palacete del navarro don Diego López “El Bueno”. Por debajo de ellas recorrían tubos de gran grosor, donde eran eliminadas desde la cocina, las aguas y otros elementos, gracias a un milimétrico desnivel que los hacía transitar sin retenciones, hacia un desagüe inclinado por la ladera natural que llegaba a la ría, en lugar alejado de trabajos y habitantes para no importunar. Vio ese procedimiento en el antiguo acueducto, ahora en reparación por la caída de un roble viejo, que traía el agua desde Fuenlareina, en la zona de las porquerizas de Entramborríos.
La antigua posada de los “Migueletes” se dejó para cuadra y almacén de mercaderes, caballeros, soldados o maestros; el desván cubierto de hierba seca y mantas, para criados, aprendices, escuderos y guardianes. Se conservó la puerta grande de roble de más de 10 centímetros de grosor, con aldaba en forma de maza, cuatro bisagras y cerradura con llave de casi medio kilogramo. La madera barnizada con la resina natural de los pinos de Soria (Medinaceli), que da olor y protege del tiempo aquel roble indestructible.
Se cerró la entrada con puerta de cuarterón con barras de hierro para la necesaria ventilación de las caballerizas y así evitar el ahogo de los durmientes del pajar. Según dijo el padre, el olor era nauseabundo, por ello dejó ese abertal. La parte de arriba decidió cerrarla para que los que allí yacían, no se ahogaran, aun así les afectaba. 
La nueva edificación de dos pisos, con fuertes y aislantes muros, cuenta ahora la parte más saludable y entrada al sur -como prácticamente todas las viviendas, palacetes e incluso templos-, con ventanas algo más grandes que en la zona norte que da a la ría del Peral. Estas son casi troneras evitando así el frío en las habitaciones, en previsión también de escaramuzas, ataques o para proteger simplemente de los ladrones nocturnos. En esa parte trasera estaban los varaderos en la arena, desembarcos, amarraderos y los astilleros. Los ayudantes de los calafates, pernoctaban en chozas, al lado mismo de sus trabajos...

CONTINUARA...

Textos, Ángeles Sánchez Gandarillas
Ilustraciones, J. Ramón Lengomín
Noviembre, 2010
CAPITULO III

3 comentarios:

  1. Linesita, es emocionante revivir Miguel soñó...

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  2. La magia continua... ha sido una idea genial poner el relato en el blog...nos entusiasma y motiva...gracias.

    Los cámbaros.

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  3. Ay, que majos sois...
    Hubo mmuchas personas que añadieron valor a esta historia, tantas, que poco mío debe de haber en ese relato...
    A-brazos-parti-dos. Lines

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