miércoles, 28 de marzo de 2012

ATALAYA


Hoy alargué el paseo hasta la Atalaya; ese lugar me produce sensación de bienestar. 

Lo mismo se llega a ella por estar apenado, contento o, como en esta ocasión, por una pareja de enamorados; ni ellos se incomodaron ni yo tampoco, cada uno estaba a lo que estaba. Las vistas desde ese pequeño montículo que protege de la lluvia, son irrepetibles. Acerca la mar de tal manera, que pareces estar sobre ella. En los temporales, al romper de olas de hasta diez metros sobre ese muro, parecen explosiones de agua que reparte gotas salinas sobre toda la Villa, una humedad pegajosa que huele a mar y a peligro; es entonces cuando se agradece que todos los barcos y sus tripulantes estén a refugio en el puerto. 

Desde ese lugar, los marineros otean la posible mejoría del mal tiempo y así, preparar los barcos para las faenas de pesca. He visto reunirse a pescadores ya jubilados, recordando tiempos pasados. Sus cansadas miradas se acunan con las olas que agonizan en la arena, esas que tanto les traquetearon, las que quizá, lleven grabado el nombre de algún amigo que tragaron las profundidades... 

Al iniciar la vuelta, me encontré con una persona que siempre me cayó bien y aprecio, aunque, tengamos poco contacto. La recuerdo algo del colegio pero, mi memoria sigue adormecida. Estaba sonriente y contenta; nos saludamos cariñosamente y me dijo que vuelve a San Vicente. Me sorprendió, porque, lo normal es que la vuelta sea al jubilarse, pero, ella lo hace en plena madurez y por propia decisión. Hoy, retomaba el camino atalayero. 

Seguí mi camino de vuelta y paré en la ermita. Siempre admiré la devoción, serenidad y recogimiento de los devotos de la Virgen de la Barquera, estaba prácticamente llena. Me sumé al respeto general e intenté rezar en silencio, “tenía el encargo de pedir por alguien y lo cumplí”. Hacia tiempo que no tenía la posibilidad de acercarme a este oficio religioso; me sorprendió que aún me sepa de memoria la letanía. Iniciaran los cánticos de despedida; en ese pequeño lugar producen cierto escalofrío, puede ser que las voces sean imponentes, que lo son, o a lo mejor, que todas aquellas personas tiene la sensibilidad a flor de piel y eso mismo, se adhiera al resto, incluidas las gentes de visita. 

La Atalaya y el nordeste, un dúo que acompaña nuestra vida... 
Ángeles Sánchez Gandarillas 
27-III-2012

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